Quiero que se me desacomoden los pantalones mientras corro porque estoy yendo a buscar las últimas entradas que quedan para ver a mi banda favorita.
Quiero mojarme entera bailando en el jardín, porque me olvidé de que a las siete llovía. Y que se nublen y despejen los corazones que por años vivieron en sequía.
Me encantaría que, de golpe, el mundo se diera vuelta. Y que, en lugar de quejas, hayan pausas y ajustes de rienda. Entonces quisiera que todos pudieran verle el lado positivo a la revolución, y en lugar de aborrecerla la usaran como pretexto para avanzar hacia algo mejor.
Duermo despierta, pensando en el día en el que esa persona que ya sabés qué y quién me confiese que hace tres años vivíamos en la misma vereda, y que no es por nada que hoy hablamos de compartir algo parecido a una cuerda.
Muchas veces me adelanto al momento de mi vida, en el que abra la puerta de mi casa y entre una brisa de mar divina. Va a ser el mismo en el que, con la subida del sol se pongan los pájaros y se enciendan las chicharras, y en un parpadeo se empiece a escuchar la llegada de la estación verde de lluvias, mangos y papayas.
También fantaseo con el día en el que vuelva a tijeretearme todo el pelo. Bien corto. Porque lo que sea que tenía que crecer ya recolectó cada uno de sus antojos.
Voy a confesarte que a veces pienso en cerrar la puerta y escaparme por la ventana. Quizás para siempre y a menudo sin decirte nada. Pasa que odio los adioses y me gustan demasiado las llegadas. La realidad, sin embargo, es que soy demasiado sentimental como para concretar alguna de esas fugas enfríadas.
Y ya que estamos también aprovecho para decirte que de chica pensaba que lo mío era lo de ser moza, y mi restaurant se iba a llamar Farfalla. Acá, en lugar de hablar, la gente estaría obligada a comunicarse solo con miradas. Quién hubiese dicho entonces, que los ojos hoy seguirían siendo una parte clave de mi pisada.
¿Cómo te explico que me encanta el café pero sólo si el día está negro? ¿Y que aunque amo bailar hoy estoy más para que me recites unos versos? Si te revelo que no estoy tan segura de cuál es el mensaje que quiero mandarte, ¿te quedarías mirando tranquilo o decidirías irte súbitamente de viaje? Estas son algunas de las dudas que alguna vez invadieron mis pasajes.
La verdad es que no tengo mucha idea de lo que tengo que aprender en esta bajada, pero me gusta pensar que, a veces, la vida se encarga. Bueno, resulta que hoy, ella optó por decodificarme esta data:
Quiero encontrarme con un extraño que me enseñe a leer desde abajo, se anime a decir que odia a Siddharta y declare que no sabe cómo no gritarme que me ama. También quiero confirmar que en algún lugar de este mundo existe alguien al que no le importan los recuentos y no por eso tenga que autocederse una parva ridícula de derechos.
Hoy quiero vestirme mezclando cien estampados y dejar que una gitana me haga miles de trenzas, que se me despeinen las ideas y permute el color de mis ojos por el solo hecho de que llegó la primavera.
Hoy quiero que cambie el humor del cielo en menos de dos minutos, y que cuando me mires sepas que -conociéndome- todo va a estar bien si venís a abrazarme antes de llegar al tercer exabrupto.
La verdad podría decirte que soy compleja y no complicada, pero ¿qué sentido tiene buscar explicarle algo a alguien que quiere entender poco y nada?